por Elizabeth Phelps
Parte 1: Mi nuevo cachorro
Traje a Roscoe a casa de un mercado local cuando tenía solo 8 semanas porque me enamoré de sus hermosas orejas. La familia campesina que lo crió es conocida por su esmerado cuidado tanto de sus animales como de sus hijos, y me aseguraron que tendría una buena crianza y socialización. Roscoe, una mezcla de Staffordshire y Cavalier King Charles Spaniel, tenía la complexión robusta de un Staffordshire Terrier con el carácter apacible de un Cavalier King Charles Spaniel. Aunque calcularon que llegaría a pesar unos 13.6 kg, un poco grande para nosotros, estábamos emocionados de darle la bienvenida a nuestra familia.

De cachorro, Roscoe era increíblemente dulce y juguetón, adaptándose rápidamente a su nuevo hogar y siendo notablemente obediente; ya estaba acostumbrado a hacer sus necesidades y no mostraba ningún interés en morder objetos inapropiados. Su inteligencia y su afán por complacer hicieron que el entrenamiento básico de obediencia fuera una alegría, y ambos disfrutamos mucho de ese tiempo juntos. Su amor por los paseos en coche lo convertía en un compañero constante, encantando a todos con su carácter dulce y tierno.
Sin embargo, a medida que Roscoe crecía, también lo hacían sus ansiedades. Al principio era un cachorro despreocupado, pero cada vez mostraba más signos de estrés, protegiendo su comida y actuando agresivamente con otros perros. Se volvió hipersensible a cualquier estímulo nuevo; sonidos, movimientos u objetos desconocidos lo ponían en pánico, marcado por ladridos frenéticos e incesantes que afectaban a toda la casa. El cuerpo de Roscoe llegó a pesar 27 kilos de músculo y, a pesar de su alma gentil, el miedo lo dominaba, haciéndole reaccionar de forma explosiva ante los cambios más pequeños.
Este miedo abrumador dificultaba las actividades diarias, ya que era difícil controlarlo con correa y se ponía demasiado ansioso como para participar en espacios públicos o seguir con sus juegos de cachorros. La casa giraba en torno a controlar sus reacciones, lo que me dejaba estresada e indefensa, constantemente desanimada por la percepción que los demás tenían de mi dulce cachorro como un perro "malo".

Al cumplir un año, en un incidente particularmente angustioso, Roscoe, por miedo, atacó inesperadamente y lastimó a Matilda, la perrita salchicha de mi hijo, que vivía con nosotros y en quien confiaba ciegamente, lo que indicó la necesidad de ayuda profesional. Habían sido compañeros de juego inseparables, y este acto de agresión fue una clara señal de que debíamos intervenir para ayudar a Roscoe a controlar su ansiedad.
Parte 2: Intervenciones y descubrimiento de la agilidad
Decidida a comprender y ayudar a Roscoe, busqué la experiencia de un adiestrador canino profesional. El adiestrador rápidamente detectó que las respuestas agresivas de Roscoe eran manifestaciones de un miedo profundo, más que de una agresión intrínseca. Mediante una cuidadosa observación y orientación, aprendí a interpretar su lenguaje corporal y a reconocer sus señales de estrés, un paso crucial para controlar sus desencadenantes. El adiestrador nos enseñó varias técnicas de desescalada y la importancia de una intervención oportuna para evitar que las situaciones se agraven.
Nuestras sesiones incluyeron ejercicios específicos, actividades y estimulación mental, diseñados no solo para cansarlo, sino también para involucrarlo positivamente. Trabajamos con Roscoe tanto individualmente como junto con Matilda, asegurándonos de que sus interacciones fueran seguras y constructivas. A pesar de nuestro progreso, la ansiedad subyacente persistía, limitando nuestras actividades y dejándonos a Roscoe y a mí en constante alerta.
Siguiendo el consejo del entrenador, nos aventuramos en el mundo del agility canino. Esto le proporcionó a Roscoe una vía de escape estructurada para su energía y un entorno controlado para interactuar con seguridad con nuevos estímulos y otros perros. El agility se convirtió rápidamente en el momento culminante de nuestra semana; Roscoe sobresalió en el curso, y fue alentador verlo disfrutar. En el gimnasio canino, los entrenadores lo reconocieron como "Altamente Reactivo", un término nuevo para nosotros, lo que nos llevó a participar en clases de reactividad. Estas clases fueron transformadoras, ofreciendo estrategias más profundas para la desensibilización, la exposición segura a los desencadenantes y la redirección. También aprendí técnicas como el masaje y comencé a administrarle medicamentos para la ansiedad, lo que nos ayudó a manejar su estrés de forma más eficaz.
A pesar de estas intervenciones, la capacidad de Roscoe para relajarse y jugar libremente seguía viéndose afectada por su constante vigilancia ansiosa. Quedó claro que, si bien habíamos logrado avances significativos en el manejo de su comportamiento, lograr la verdadera felicidad de Roscoe requería una mayor exploración y adaptación de nuestros enfoques. Así comenzó nuestro camino más profundo hacia la comprensión y la comunicación con Roscoe, no solo para controlar su reactividad, sino para mejorar fundamentalmente su calidad de vida.
Parte 3: Comunicación mediante botones
Me inscribí por primera vez en el "Button Bootcamp", un curso básico que nos abrió los ojos a las posibilidades de la comunicación a través de botones. Este curso sentó las bases para una exploración más profunda de cómo Roscoe podía expresarse más allá de sus necesidades básicas.

Motivados por nuestro progreso inicial, avanzamos al curso "A presionarlos", un programa de seis semanas que resultó ser revolucionario. El curso estaba estructurado para brindar información detallada, atención personalizada y el apoyo del instructor. Durante este tiempo, profundizamos en los matices de cómo Roscoe usaba los botones y por qué. Al principio, usé la narración como una forma de comunicarme con él, pero descubrimos que en realidad cumplía múltiples funciones: reconocía sus sentimientos, le brindaba consuelo y seguridad, y actuaba como una herramienta para desescalar la tensión. Esta constatación fue crucial; en lugar de intervenir continuamente, ayudaba a Roscoe a expresar sus emociones.
Para mejorar su comunicación, introdujimos nuevos botones como "Feliz" para contrarrestar "Preocupado", así como "Seguro", un concepto que ya le había estado reforzando verbalmente. Se añadió "Comprobar" para que pudiera investigar sus miedos en lugar de reaccionar instintivamente. Este enfoque marcó un avance significativo al dotar a Roscoe de un sentido de autonomía, algo que, sin querer, se había visto disminuido en nuestras interacciones anteriores, donde su dependencia de mis instrucciones era fundamental.
Al final de estas clases, Roscoe empezó a usar los botones con confianza, no solo conmigo, sino también con mi esposo y otras personas conocidas, aunque necesitaba estar a su vista. Aprendió a autointerrumpir sus emociones abrumadoras usando el botón de "Verificar" para pedir ayuda y evaluar si una situación era realmente amenazante. Pasó de presionar repetidamente "Preocupado" a preguntar si estaba "Seguro" y, finalmente, a expresar con frecuencia que se sentía "Feliz".
A medida que Roscoe se sentía más seguro y menos ansioso, notamos una disminución en el uso de los botones. Había momentos en que ambos nos deteníamos en el tablero de comunicación, sin estar seguros de lo que quería transmitir. A pesar de tener botones que representaban todas sus necesidades, actividades y miedos diarios, a veces parecía no saber cómo expresar pensamientos o sentimientos más complejos.
Esto nos llevó a la clase de Enseñanza Avanzada de Botones, donde presentamos conceptos como "Quiero", "Sí" y "No". Roscoe aprovechó de inmediato estas nuevas opciones, a menudo presionando "Quiero/Sí" y luego mirándome expectante, como pidiendo ayuda para aclarar sus deseos. Esta interacción abrió un nuevo capítulo en nuestra comunicación, mostrando que, si bien sabía que quería algo, no siempre podía identificarlo, pero podía pedir ayuda para descubrirlo.

Hoy, Roscoe es una persona compleja con pensamientos profundos y sentimientos intensos. Aunque quizá nunca use los botones con naturalidad como algunos perros, la capacidad de comunicarse a través de este método ha sido transformadora. Ha fortalecido su confianza, le ha dado un sentido de autonomía, ha reducido nuestra ansiedad colectiva y ha restaurado una sensación de normalidad en nuestro hogar. Gracias a la intercomunicación asistida (CIA), hemos adquirido información invaluable sobre sus necesidades mentales y emocionales, lo que nos permite abordarlas con mayor eficacia.
La vida diaria de Roscoe ha mejorado drásticamente; está más involucrado, más feliz y ha vuelto a jugar. Experimenta momentos de ansiedad con menos frecuencia y ya no vive en un estado de alerta constante. Esta experiencia con Roscoe no solo ha cambiado su vida, sino que ha enriquecido la nuestra, profundizando nuestro vínculo y nuestra comprensión de maneras que jamás imaginamos.
Dejar un comentario
Este sitio está protegido por hCaptcha y se aplican la Política de privacidad de hCaptcha y los Términos del servicio.